jueves, 7 de marzo de 2013

Rajar

Me gustan las palabras. Explican realidades. Cuanto más rico el vocabulario, más uno puede comprender (en categorías, términos, etc.) y expresarse, y lo importante, que a uno lo entiendan, y entender al otro. Por eso me gusta el diccionario.


Prendí la radio ayer y escuché a un locutor hablar del "rajar" contra el Estado. Lo veía como criticable, no necesariamente bueno. De facto, se confude el rol fiscalizador (lo tiene por derecho?) de la prensa con el de rajar contra el Estado y sus miembros.


Aclaración: no voy a defender el gremio estatal.


El Diccionario de la Real Academia de la Lengua tiene muchas acepciones del verbo rajar. He aquí algunas:

  • Dividir en rajas.
  • Hender, partir, abrir.
  • Herir con arma blanca.
  • Echar a alguien de un lugar.
  • Decir o contar muchas mentiras, especialmente jactándose de valiente y hazañoso.
  • Hablar mucho.
  • Hablar mal de alguien, desacreditarlo.



Me sorprendí al ver un vocablo tan rico, con significados relacionados, secuencial o en forma concurrente. Si estuviera jugando a hilar definiciones, me saldría algo así: "hablar mal de alguien, desacreditándolo, para partirlo o herirlo, y terminar echándolo". Entonces, veo tres grandes campos de acción del rajar.


1. Hablar mal de alguien. Es sabido que hablar bien es mucho más difícil que hablar mal (salvo en caso de la muerte, dado que "no hay muerto malo"). Suena a lisonjear, chupar medias. Salvo en caso absolutamente indiscutibles, es arriesgado hacerlo. El que tiene buena fama, quizá tenga algo por ahí. Y claro, "no pongo mi mano al fuego" por nadie. 


Encima, si no conoces en primera persona de quien hablas, más fácil aún es hablar mal. Sólo ves lo que otros dicen, los errores. El primer problema es que nos olvidamos que somos seres contingentes por naturaleza, es decir, esencia. No somos perfectos, sino perfectibles. Cometemos errores. Claro, hay errores y errores. Hay negligencias. Hay errores sin intención y con intención. Hay inteligencia, voluntad y demás de por medio. Estamos aquí en el campo de la ética y la moral. Pero una cosa es cierta: nadie es juez de la conciencia a no ser de la de uno mismo. Y confiaremos en la misericordia de Dios, y rezaremos por ello.


2. Partir. La experiencia que tenía de niño de romper algo era casi traumática. No se podía arreglar. Ya no servía. No había temor al reproche. Sino la frustración por el fracaso, la desilusión de una interrumpida diversión que no debió terminar.

Partir el honor de alguien, ya sea por calumnia (es decir, mentir) ya sea por ventilar sus faltas es algo serio. Una sociedad no se construye positivamente así. Para ello existe un sistema (disfuncional, lamentablemente) en el que se investiga de manera seria, juzga con pruebas y condena en vistas a la rehabilitación.

Entonces, ¿nos quedamos callados? ¿permitimos la corrupción? Las preguntas son meramente declarativas. No queda duda de la importancia de denunciar, cuidar los bienes, mejorar los sistemas.


Pero echar a alguien porque simplemente me cae mal o no me gusta como hace y es, y lo desacredito, no es un camino válido en términos éticos (quizá utilitariamente sí) para buscar el bien común, que se supone lo buscamos todos. 



3. El acto final es echarlo. Se logró el objetivo, porque, válganse verdades, eso queríamos. Nadie raja por deporte. Al echar a alguien, corremos el riesgo de causar un daño terrible, y peor si ese es alguien que no lo merecía. También se puede causar un mal a la institución misma. No sabemos que se está construyendo, porque los buenos procesos toman tiempo, pero los malos se hacen bien rápido.



¿Hay gente que tiene que irse de su cargo, función, puesto? Por supuesto que sí. Hay innumerables ejemplos. Y los procesos que existen para hacerlo son válidos, aunque algunos de dudosa calidad dado los contras que producen.



El problema es la desproporción. Echar a un Director de la Policía por un caso concreto es el caso. Nuevamente, no lo defiendo. No lo conozco. No sé si sea pariente o no, amigo o no. Pero no puedo hacer un juicio de una gestión porque hubo un terrible acontecimiento. La verdad es que ocurren muchos más y no lo habían botado.


En el siguiente post completaré mi propuesta de neologismo: rajocracia.








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